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miércoles, 23 de diciembre de 2009

AMANDA ESPEJO

AMANDA ESPEJO
(1958)



Sencillez, amor, misterios, alma pura, están presentes en la creación de Amanda Espejo.
Siempre atenta a la más leve manifestación de la vida y sus caminos tan diversos. Sensibilidad a toda prueba, andar intenso, y un deseo vehemente de hacer las cosas bien. Está encontrándose a sí misma, es decir, viendo su propio rostro, desnudámdose
ante el espejo del vivir.
Y la poesía la reviste de un efluvio muy especial.
Estamos, pues, frente a una poeta que dará todo de sí por llegar a la altura de los
grandes árboles del bosque. Seguro es su avance.

LLOVIËNDONOS

Podría ser... lluvia
intempestiva, caprichosa,
de aquella que no pide venia
para imponer su presencia.
Y así,, a mi completo antojo
lloverme sobre ti (en silencio),
con el anonimato gratuito
que dan las multitudes.

¿Quién puede sentir mi llanto
entre millares de gotas?

Nadie. Nadie que no seas tú.
Tú, que conoces mi canto de agua.
Tú, que apaciguas las tormentas
aún las que no habitan en lo alto.
Tú, que percibes lo intangible,
lo que no lucra con palabras:
los continuos aullidos del alma
que se elevan hacia los cielos
en busca de... nada. Nada.
No existe alivio ni otro destino,
sólo ciclos eternos
refinadas formas de dolor.
Y me lloro de nuevo
esta vez de un modo inverso:
desde afuera hacia el centro
con la esperanza incierta de...
tal vez... lavarme de todo sufrir,
de toda nostalgia y todo sentir.

Y entonces (por reflejo),
quiero encontrarme en tus ojos
para llorarme por fuera y por dentro.
Porque este es mi sino:
no más que una mujer de agua,
sin más vida que el leve tiempo
en que escurre por mi cierpo,
sin más anhelo ni desvelo
que un día (o quizas noche) tú...
también te mires en mis ojos
y entonces (por reflejo),
te llores tú conmigo,
enpapado hasta los huesos
abiertos, deshechos y rehechos,
entre esta humedad pegajosa,
doliente, cálida, fresca y gozosa
que resulta del lloverse juntos,
del regocijarse juntos
ante el descubrimiento de amar.


REMINICENCIAS

Llueve. Lento. Dulce e intermitente. Imposible es no recordarte...
También llovía la tarde de aquél viernes del otoño pasado. Llovía frío, con olor a invierno.
Olía a invierno... llovía frío y golpeado. Lo suficiente para amortiguar el ritmo
de mis pasos y el girar de tu puerta.
Llovía frío afuera, pero, no en tu cuarto. Los vidrios de tu ventana
estaban empañados en contraste con los de afuera. El frío estaba afuera. Una ola de calor viciado me envolvió al abrir la puerta.
Allí estabas. Te veías tan pequeño... tan dramáticamente inofensivo insertado a pelo entre las ancas morenas. Tan desvalido en tu gesto y tu actuar... tus dos manos agarradas de unos hombros despreciativos, indiferentes, y tus caderas guerreras embistiendo una y otra vez el enorme trasero negro. Tu vientre (mi vientre amado), refregándose a destajo: de arriba abajo, de un lado al otro, en semicírculos extraviados por la urgencia de no perder tu erección (eso, lo adivinaba), y de atinar de una vez por todas en la cavidad precisa.
Te veías tan pequeño... tan frágil así, de bruces sobre las imponentes nalgas movedizas que, hasta sentí pena. Verte así, ante mi asombro desgarrado, sentirte así, con todos mis sentidos erizados: hozando, gruñendo como un cerdo encelado, gimiendo, retorciéndote de ganas por llegar a... no sé adonde. Sólo de ver tu desesperación chocando contra la pasividad de su entrega, supe que no había por donde. Todo no era más que un cuadro de contrastes: tu cuerpo albo subrayando una piel canela. El rítmico frenesí de tu vientre, contra la inercia indolente. Tus monosílabos apremiantes contra el desprecio tácito. Y tú, mi macho altanero, el que extraía en un dos por tres y sin esfuerzo, un orgasmo tras otro de entre mis piernas... ¿qué pasaba contigo? Estabas allí... jadeante, sudado, vencido, estrellado contra la indiferencia que provocan las diferencias.
Y ... es que te veías tan pequeño ensartado (tú, el ensartador) entre uno y otro montículo de la gran puta negra, que... (lo juro) hasta me dio pena, y despacio, cerré la puerta.
Olía a invierno aquella tarde del último otoño. La lluvia estaba fría y poco a poco, arrasó con toda la tibieza de mis lágrimas, con el temblor de mi pecho y con el vómito de amor atragantado en mi garganta.
Olía a invierno por dentro y fuera, y caminé sola hasta la esquina mientras la lluvia fría congelaba cada centímetro de mi esmirriado y deprimente cuerpo blanco.

3 comentarios:

lichazul dijo...

simplemente es un disfrute escucharla declamar
es toda una experiencia y aprendizaje!!!

felicitaciones a ella y a usted por compartir su espacio

FELICES FIESTAS!!

Unknown dijo...

Al Poeta de los Mil Nombres dejo mi más sincero agradecimiento por sus generosas palabras y por la oportunidad de compartir aquí, en su espacio, con sus propio versar.

(Como te dije antes, este texto es muy especial para mí... tuvo algo de mágico en su gestación que más adelante te contaré).

Un abrazo!!!

Diego de la Noche dijo...

Mi mayor deseo es que pases de la posibilidad cierta a la gran poeta que adivino en ti. El camino es ingrato y duro, pero deberásluchar contra toda clase de tempestades,
y jamás decaer, teniendo la seguridad de que sigues avanzando. Mis pequeños conocimientos están a tu servicio...