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lunes, 22 de febrero de 2010

LA BÚSQUEDA

(Publicado en la "Hoja Verde" de Raúl Mellado en
1998)

I
Frente el bosque petrificado.
Aquí nací.
Era yo el lacerado por frías pupilas.
Crujían mis huesos y
estaba solo. Mis hermanos habían muerto.
Yo mismo parecía un cadáver
escuchando la sonata del gusano.
Bajo los cueros
que en vano luchaban contra la nevazón,
alguien escribía...

La caverna se llenó de aullidos cuando otros animales
acudieron al encuentro de la primera fogata.
Entre los leños
quisieron hallar un corazón invisible.
Yo permanecía inmóvil.
Oscuridades, hielos, me ataban al grano de arena.
Quizá esperaba cierto nacimiento,
algún relámpago en esfera lejanamente celeste.

II
Un ojo atisbaba árboles recién nacidos.
Junto a los bramidos del mar, temblaba visiones...
En inmenso silencio el planera era un dinosaurio helado.
Hincado sobre las dunas, un animal
se desposaba con el agua: primer poeta
sobre la tierra virgen, descubridor de un lecho de cristal...

Le amaron tibios naranjales, vagidos leves.
Sangrientas lunas se desplomaban...

III
Diez mil años después una flor me detuvo.
Entre sus ásperos pétalos moraban plenilunios.
Yo estaba conmovido.
Mis uñas eran azules.
Los otros lapidaron su fragancia.
La crucificaron bajo piedras y soles.
Y otra vez la soledad, entre pieles ambulantes
se nutrió de marchitas luciérnagas...

IV
Regresé para ser perdedor en un circo romano.
Para enmudecer cualquier momento era lo mismo.
Esclavo sin horizonte,
gladiador al que robaran la sonrisa.
Debí comprender la derrota de mi ángel protector.
Espartaco había muerto
por ser el primero en gritar: ¡Libertad!

El mundo giraba enloquecido, último minuto,
enana brisa en rostro ahogado en espeso crepúsculo.
Escuché suspirar al que derribaba mi fuego...

V
Vencedor del tiempo, paso a paso, la buscaba,
coleccionando rastros. A veces rodaba
confundido en mi propia sombra. Caían silos, amapolas.
Algunas estrellas se incrustaban en mi cintura
dejándome abandonado en intransitadas tormentas...

No podía desnudarme frente a mi claridad...
En ciudades subterráneas, entre peñascos semejantes a cazadores sorprendidos
por empedernidos sueños, sin desmayar
proseguía buscando, cielo o tierra,
desapareciendo o retornando al misterioso reino de la ceniza...

VI
Año 1545.
Era mi madre esclava pisoteada por bestias
buscadoras
de placeres en castigadas sangres.
Hermosa
como flor adormecida bajo el agua.
Tenía cortadas sus manos
para que nunca pudiera cautivar la serenidad de las secoyas.
Noche cuajada en su pie.

Aquel mundo tan lleno de osamentas, mustias alas,
la empujaron a dormir entre nevados mastines.
Raras algas rodearon su garganta.
Apenas pude comprender su precipitada fuga.

Despojado de su sinfonía
se fue escarchando mi risa.
Era sólo un niño.
Fuera las bestias se disputaban los restos de la lluvia.

VII

Sí.
Aquí estuve, en esta caverna rodeada de duros árboles.
Aún la noche establece su reinar.
Ahora puedo leer aquel poema escrito en mi espalda.
El mamut ha renacido.
Veo su trompa empapada de llovizna.

Como retorcida de sed la corteza se abre,
aparecen animales que fueron mis hermanos, lejos del aullido,
puliendo las piedras, iluminándose...
Garras calcinadas yacen bajo el pie.
Desnudos -tras la primera imagen- lucharon y murieron
-como yo- y renacieron al llamado de la roja espuma.

La flor, ayer diseminada, recobra
su antiguo esplendor.
Yo también he cambiado de piel, color, estatura.
La bestia fundida en la nube, ha perecido.
Volcánicas llamaradas duermen ahora al amparo de la tiniebla.

Y aquí está mi rodilla alimentándose de éteres y lodo.
Mi espíritu aún desierto,
sin hallar, sin poseer, la esencia de su horizonte...
Insomne viajero,
no sé cuándo daré fin a su búsqueda...

Carlos Ordenes Pincheira

Andalucía - España - 1985

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